martes, 16 de noviembre de 2010

LAS CINCO CARAS DE LA OPRESIÓN

A fuerza de ser parte de la cotidianidad de las noticias, escenas como las de la mujer sentenciada a morir lapidada por la justicia islámica en Irán, del sindicalista desaparecido o muerto en Colombia, de la lancha con sobrecupo de inmigrantes africanos que naufraga rumbo a un puerto en España, del disidente condenado por sus opiniones contra el régimen de Pekín o el de La Habana y la del grupo de hispanos perseguidos por oficiales de inmigración en Arizona, tienen todas un hilo conductor relativa y paradójicamente invisible para la sociedad en general: la opresión.
Aunque diferentes, tal como puede apreciarse en el ejemplo, los anteriores casos responden de algún modo al perfil de las víctimas de la opresión, por razones de género, de la actividad que desempeñan, de las ideas que profesan, de la miseria en que se debaten o de la raza y del origen a los que pertenecen, todo lo cual, como veremos más adelante, es apenas parte del amplio espectro de quienes padecen este flagelo, el mayor generador de injusticia y por lo tanto de desigualdad en el mundo.
A propósito de tema tan trascendental, la escritora norteamericana Iris Marion Young (1949-2006) formula en su obra La justicia y la política de la diferencia (1990), cinco grandes factores de la opresión, a saber: La explotación, relacionada básicamente con el aspecto laboral; la marginación, con consecuencias como la exclusión, el aislamiento, la pobreza, la discriminación e inclusive el exterminio; la carencia de poder, que, como su nombre lo indica, determina la falta de autonomía en la toma de decisiones que trascienden desde lo individual hasta lo colectivo y así a lo político; el imperialismo cultural, que embarga, cuestiona y condiciona los valores de identidad y de sentido de pertenencia, y la violencia, que abarca un gran espectro, a partir de la de género, que es indefectiblemente contra la mujer.
En su intento por desarrollar una teoría de la justicia, Young sostiene que las diferencias de los grupos sociales deben dejar de verse como desviaciones de una forma única, y propone que sean asumidas más bien como variantes culturales. Por lo tanto, lejos de pretender acabar con la diferencia, la escritora se interesa por su preservación y afirmación, y en esa misma medida propende por la lucha contra el imperialismo cultural, que tiene su génesis en la opresión. Esta opresión es interpretada por Young como el conjunto de procesos institucionales que niegan a determinados individuos la oportunidad del aprendizaje y del cabal ejercicio de sus habilidades en espacios socialmente reconocidos.
En el ambiente de controversia que siguió al surgimiento de los movimientos sociales de los años ‘60 del siglo XX, los planteamientos de la autora del libro toman como referencia patrones de la sociedad norteamericana, donde factores como el multiétnico y multicultural, debido a la constante inmigración a partir de la fundación del país, desencadenan toda una serie de circunstancias que hacen vulnerables a grupos tales como los de los negros, hispanos, judíos, indígenas, pero también a gays y lesbianas, y en particular a la mujer como ser humano y como ser social.
A propósito de este último aspecto, el libro discurre de algún modo bajo una mirada femenina que hasta pudiera tener connotaciones feministas, dado el énfasis con que la autora se refiere a la opresión sobre las mujeres, desde la relación natural con su contraparte masculina, en la cual pone de presente una hegemonía de género, que trasciende desde “las normas de la heterosexualidad (que) giran alrededor del placer masculino, y en consecuencia muchas mujeres obtienen poca satisfacción de su interacción sexual con los hombres” , hasta la práctica sistemática de la explotación sexual y laboral de las que son víctimas.
No obstante que el enfoque del libro particulariza sobre la sociedad de los Estados Unidos, cuando pudiera haberse explayado sobre el fenómeno de la opresión en otros escenarios del planeta, creo identificarme con la autora en cuanto al imperativo de que para enfrentar este problema es indispensable repensar el discurso político, a efectos de que la opresión sea asumida como una categoría central del mismo, tal como lo reclaman los grupos de activistas en sus distintas causas.
Enunciado lo anterior, la señora Young se propone que haya una concepción de la justicia no solamente en términos de distribución, sino también comprometida con las condiciones e instituciones necesarias para el desarrollo y el ejercicio de las capacidades individuales, de la comunicación colectiva y de la cooperación. Así, Young alienta el propósito que deben asumir los movimientos sociales que luchan por liberarse de cualquier clase de subordinación o dependencia —socialistas, feministas radicales, así como activistas indígenas, negros, gay y lesbianas— para que convenzan a la gente de que el discurso de la opresión tiene realmente un gran sentido con relación a gran parte de la experiencia social alcanzada. En esa misma dirección, afirma que su objetivo “es sistematizar el significado del concepto de opresión tal como es usado por estos diversos movimientos políticos, y proporcionar argumentos normativos para clarificar los males que designa el término” .
Así como Young considera que no hay una definición única sobre la opresión, también admite la posibilidad de que el fenómeno sea la combinación de diversos factores que dan lugar a distintos modos de opresión. La tesis de la escritora y activista en favor de los derechos de la mujer se funda en que muchos no reconocen el término opresión para describir la injusticia, con relación al modo en que lo interpretan los movimientos sociales. Por la época en que se publicó el libro (1990), muchos deberían ser los norteamericanos convencidos de que la opresión significaba básicamente el ejercicio de la tiranía por un grupo gobernante, como ocurría entonces con los negros por parte del régimen de Suráfrica. La señora Young sostiene que los movimientos sociales de izquierda de los años ’60 y ’70 del siglo pasado replantearon el significado de la palabra opresión. De esta manera, la opresión pasó a designar las desventajas e injusticias que padecen determinados grupos sociales, no siempre por cuenta de un poder despótico, sino por la acción de “una bien intencionada sociedad liberal” . Entendida de este modo, la opresión se relaciona con los impedimentos sistemáticos que experimentan ciertos grupos, y tiene un carácter estructural. En este último sentido, la autora se identifica con Marilyn Frye (1941), catedrática de filosofía y de la teoría feminista de la Universidad de Michigan, para quien la opresión constituye “una estructura cerrada, de fuerzas y barreras que tienen a la movilización y reducción de un grupo o categoría der personas” . Entre otros, aquí juegan un papel preponderante factores tan adversos como los estereotipos que promueven los medios de comunicación y los de orden cultural, consecuencia de los procesos regulares de la vida cotidiana. Respecto de los grupos sociales, la escritora pone de relieve que no se trata de simples colecciones de seres humanos según su raza, género, edad, origen, etc., y que su existencia se explica en la interrelación de identidad que hay entre quienes los componen. Un grupo existe en la misma medida en que al menos otro existe. Los grupos sociales no surgen sólo del encuentro entre las sociedades diferentes. Los procesos sociales también diferencian a los grupos.
En Las 5 caras de la opresión, Young destaca la explotación como la determinante en la brecha entre ricos —poseedores de los medios de producción— y la masa de pobres que trabaja para ellos. Se apoya en Carlos Marx en cuanto a que en las sociedades esclavista y feudal las diferencias de clase se legitiman con ideologías sobre la superioridad e inferioridad naturales. Sobre la marginación, subraya que es “el modo más peligroso de opresión” , en especial cuando la gente es excluida de participar en la sociedad, al costo de enormes privaciones e incluso a riesgo del exterminio. En cuanto a la carencia de poder, exalta cómo en países como E.U. la mayoría no participa en la toma de decisiones que afectan su proyecto de vida, lo cual contribuye a extremar las diferencias sociales. Diferencias cuya dinámica natural hace que las generaciones se consoliden en sus privilegios o en sus carencias: Los fuertes continuarán siéndolo y los oprimidos seguirán subordinados. Aquí Young habla de la preeminencia de la educación de las clases altas sobre las menores opciones de acceso a ella en grupos como negros y mujeres, destinados a oficios serviles. Es la cultura de lo profesional, imperante a todos los niveles. Del imperialismo cultural dice que el oprimido busca reconocimiento como ser idóneo y con derechos, pero es marcado por la cultura dominante como diferente, inferior y hasta invisible. Para Young, uno de las peores manifestaciones de la opresión es la violencia, puesto que actúa de modo sistemático contra las poblaciones más vulnerables. Es una violencia casi legitimada, no solo en la medida en que se tolera, sino en el grado de impunidad. Para Young, cualquiera de las anteriores facetas de la opresión es suficiente para darle carácter de oprimido a un grupo social. Ante todo ello hay que reorganizar las instituciones, dice.